domingo, 8 de febrero de 2009

Graciela Genta o la vida hecha poesía



Estar frente a la poesía de Graciela Genta, es entrar en comunión con la esencia de un ser que se abre como un cáliz frente a las realidades del amor y de la vida a través de sus poemas tejidos con palabras sencillas, llenas de un remanente de sabiduría y música que devienen de su río íntimo; sin artificios, ni retórica , sin contaminación, así como son sus ojos llenos de luz y transparencia.
Y es que sus versos como su vida están en íntima conexión; muchas veces se ha dicho que es difícil conciliar la cotidianidad de un escritor o escritora con su obra, debido a las circunstancias, los roles sociales, las imposturas intelectuales y artísticas que hacen inconsecuente esta relación, sin embargo en Graciela Genta, la poesía (natural en ella), se ha nutrido con el zumo de sus propias vivencias. Puedo expresar que conversar con Graciela en compañía de un vino o un mate, en su casa o en un café de boulevard de Montevideo, no está lejos de su Hora de Magnolias o de su Polizón en mi melancolía.
Su poética es un canto a la vida, con discretas alusiones al dolor, a la soledad y a ese amor congelado en el tiempo que nos habita como “un polizón”; ese amor manifestado con tanta belleza a partir de la cotidianidad: “Te amé/ en las pequeñas cosas cotidianas/ porque el amor, a veces, sólo es eso:/ las frágiles historias de la casa”. Así mismo, su fino erotismo, apenas sugerente, pero cargado de una gran fuerza evocadora , nos muestran a una mujer que sabe del amor, y lo sabe nombrar sin restricciones:
Ábreme la piel con tus caricias/ y avanza sin temor/ por las honduras plenas de la carne/ (...) No hagas vuelos rasantes por mi alma;/ compromete tu tiempo y entra al amor, que sólo es un instante./ Reconóceme raíz y tallo/ clavado al surco,/ nunca seré por ti, clavel del aire./ Ábreme la piel y avanza a ciegas/ por el torrente loco de mi sangre, / no te quedes en sueño solamente/ muerde mis huesos, habíteme la carne./¿De qué sirve que me andes de puntillas/ si para ello, me acompaña un ángel?

Esta mujer, poeta y maestra de “chiquilines”, como llama a los hoy ya, hombres y mujeres que la abrazan cuando la encuentran por la calle, manifiesta que en algo se parece a aquel Arcadio Buendía.
Yo siento que tengo algo,/ de aquel Arcadio Buendía,/ el soñador de astrolabios/ que en su caldero fundía / el oro de los ensueños / en gitanas correrías.
Yo siento que tengo algo, / de aquel Arcadio Buendía,/ también tengo un catalejo / que acerca mapas de días / y me incendio en soles nuevos / sin moverme de mi silla.
Yo siento que tengo algo, / de aquel arcadio Buendía, / y entre probetas y embudos, / calderos de fantasía, / la alquimia de mis poemas / voy haciendo por la vida.
Yo siento que tengo algo, / de aquel Arcadio Buendía, / el soñador de astrolabios / con la brújula perdida.

La poesía y la narrativa, el encuentro con los escritores y poetas, también están llenos de instantes, que día a día son la vida.

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