domingo, 8 de febrero de 2009

¿Para qué la poesía en tiempos de guerra?


¿Para qué la poesía en tiempos de guerra?

Nana Rodríguez Romero
Colombia

Cuando decidí escribir estas líneas con el tema de las quimeras personales y la realidad del país donde vivo, tuve que bucear dentro de mí y buscar en la profundidad, las cosas que más valor y significado tienen para mí, en relación con ese otro mundo que conforman los seres que me rodean en mi ciudad, en mi país y en últimas en el universo o universos que existen, según manifiestan poetas y científicos. Entonces, tracé unas coordenadas y escribí la bitácora que a continuación voy a compartir con ustedes gracias al llamado generoso de Emilio Fuego.

Ser poeta en Colombia, es apostarle al juego de mirarse en un espejo de dos caras: la cara luminosa de un país con todos los verdes, con todas las aves del paraíso y sus serpientes; un territorio preñado de orquídeas, de aguas dulces y saladas donde no es difícil encontrar la sonrisa espléndida de sus niños y mujeres a la orilla del mar, la llanura, la selva o esos tres brazos poderosos que son la cordillera de Los Andes; y la cara oscura representada en la miseria del cuerpo y del espíritu que cargamos como un yugo y que nos duele como una herida siempre abierta.

La historia de mi país se ha visto marcada por las innumerables guerras y guerrillas, con su cuota de muertos que no dejan de hacer presencia en el color rojo de la bandera desde tiempos de la conquista y la colonia hasta nuestros días. Una amiga me decía alguna vez que morir de muerte natural en un país como Colombia es una bendición. Para nadie es nuevo que el conflicto armado y el narcotráfico sumados a la impunidad, la desmemoria, la desigualdad social y la corrupción, han provocado esa cara oscura y vergonzosa, vergüenza de la especie humana capaz de todas las ignominias, de la muerte en formas inverosímiles dignas de hacer parte de la historia universal de la infamia; la muerte como un diario suceder que muchas veces ya no asombra y se convierte en titular de noticieros, una muerte que no es motivo de imaginarios distintos a los del dolor y la violencia; ojalá algún día en Colombia pudiéramos hacer de la muerte una fiesta, como esa tradición de ustedes los mexicanos que visitan a sus muertos en sus tumbas con alegría, porque los colombianos hablaríamos del “día de los matados” pero en porcentajes muy altos en relación con las muertes naturales.

Mixteca es país de nubes, Colombia es país de poetas; se dice que los poetas se cuentan allí por kilómetro cuadrado, y es verdad; nuestra tierra es grande y generosa, no en vano se ha expresado que las dificultades, las carencias y las ausencias son como un detonante o un provocador para el florecimiento de la poesía, para el canto al amor y al desamor, a los festejos del cuerpo y del vino, a la muerte y a la vida, que son las columnas vertebrales de ese territorio de la libertad y el sueño llamado poesía. Los poetas, los escritores y los artistas en general, con su mirada avizora dan testimonio de su época: el cielo, el limbo o el infierno que habitan, con la Beatriz de Dante como lámpara en medio de las sombras.

La congruencia entre el ser y el hacer del poeta es una de las empresas más difíciles de llevar a cabo y la experiencia nos lo ha demostrado en muchas ocasiones. Conciliar la obra y la vida a veces resulta una paradoja; la diversidad de circunstancias que rodean la existencia de los escritores a veces hacen que sea preferible leerlos que conocerlos en persona. En algunos casos parece como si las marcas de la infancia y de la juventud fueran los motivos por los cuales una persona fuera signada para expresar toda su sensibilidad por medio de la palabra escrita como una especie de sublimación o catarsis cuyo fruto puede ser grandioso en el sentido de la creación y del arte o simplemente quedarse en el intento. Podría conjeturar que los deseos utópicos son inherentes a la obra, se encuentran allí implícitos o explícitos y se contrastan con las realidades que también se expresan en el seno de la poesía.

En general, mis ensueños como poeta tienen que ver con la posibilidad de una humanidad más solidaria, despojada de la ambición y el egoísmo; el respeto y sana convivencia con la naturaleza en todas sus expresiones; el deseo porque los poetas no se vean abocados a cortar el frágil hilo que los une a la vida atormentados por flagelos tan grandes como el secuestro de sus seres más queridos, el desencanto y la desesperanza de un país que se pregunta como León Felipe: ¿ El dolor y la angustia de un poeta no valen nada?

La partida de Maria Mercedes Carranza nos ha dejado abatidos, nos decía a gritos en uno de sus poemas: tengo miedo; al igual que José Asunción Silva quien se hizo explotar el corazón, como muchos otros hombres y mujeres que a diario se marchan sin una moneda para cruzar el agua de la Estigia.

Pero de la misma forma debo confesar que algunas de mis esperanzas se concretan a través del abrazo que me brindan la familia y los amigos, esos seres que también son mi patria, así como los árboles, los gatos, los pájaros, los crepúsculos; la ciudad que a diario transito con su dosis de costumbre y de asombro; la mirada transparente de algunos de mis estudiantes en la universidad que en las mañanas frías sonríen y me dicen: ¡hola profe!

Con frecuencia me enamoro de mi país a través de su música, su literatura y sus artes plásticas; el paraíso de sus frutas y su comida, la belleza de sus poblaciones, la variedad de sus etnias; la fortaleza de sus gentes para seguir viviendo a pesar de los ultrajes, las innumerables fiestas y carnavales que al unísono con la tragedia nos recuerdan que también estamos hechos de alegría.

Si los anhelos de los poetas, (hombres y mujeres) se pudieran recoger dentro de un recipiente, tendría que ser amasado con toda la arcilla del mundo y aún así se desbordaría de deseos acariciados en el silencio, en la claridad u opacidad de las palabras que son pájaros de diversas alas que se echan a volar cuando abrimos algún libro o escuchamos un poema. Si los secretos fueran revelados y el deseo fuera el motor que diera vida a los sueños, entonces el mundo se convertiría en un lugar donde ya no fuera necesario escribir la poesía, porque la comunión entre los seres de por sí ya sería el espíritu y la sustancia de esa poesía, como tan bien lo expresa Octavio Paz, uno de los grandes poetas de América.

A veces, la realidad social no sólo de mi país, sino la del planeta que habitamos, cae como ceniza de volcán que me sepulta, me convierte en una estatua, inmóvil e impotente, con un llanto apagado que oculto debajo de las ropas; como Perséfone bajo la tierra; pero un tiempo después, toda esa ceniza se ha transformado en vida y hace brotar los granos vigorosos para entregar en la cosecha.

Y en este punto hago alusión al título de esta ponencia que es una parodia al verso de Holdërlin que dice : para qué poetas en tiempos de penuria; entonces pienso en la magia, en la alquimia que hacen en su laboratorio los poetas con elementos de la realidad y el fuego secreto con el que se cocina la poesía. Los necesitamos en tiempos de guerra y de penuria, necesitamos sus palabras, sus pasiones, sus afectos y desafectos, sus deseos proscritos, necesitamos su voz como un escudo para guerrear contra las sombras. Al respecto la hermosa Emily Dickinson expresa: Hay una palabra/ que lleva una espada/ puede atravesar a un hombre armado/ arroja sus barbadas sílabas/ y enmudece de nuevo/ pero donde cayó/ los que se salvan dirán/ en un patriótico día/ que algún hermano con charreteras/ entregó su alma ; por eso necesitamos a los poetas, para que sigan siendo la memoria de nuestros días, la conciencia de los pueblos y también la versión no oficial de nuestra historia, así continúen siendo desterrados de La República, y para poder decir con Éluard: Toda caricia, toda confianza se sobreviven.

Tunja, septiembre de 2004.

Ponencia presentada en el XII Encuentro Internacional de mujeres poetas en el país de las nubes. México. noviembre de 2004.

Fotografía de Jaime Rodríguez Romero

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