domingo, 5 de abril de 2009

Alas invisibles


Alas invisibles

Esa tarde mientras salía con la alegría característica a recorrer las calles, al atravesar una de las avenidas, sin mirar, sin darme cuenta, un carro me atropelló y sentí como si se me hubiera caído el mundo encima. De repente me vi tirada en el pavimento, sin poder moverme y con un dolor inconmensurable en mi pierna izquierda. Me levanté como pude, cojeando y aullando de dolor. Nadie me ayudó, las personas que pasaban por allí, sólo me miraban y hacían muecas. Como pude, lentamente me fui arrastrando hacia mi casa, bueno, lo que consideraba mi casa, pues hacía poco me habían echado a la calle; sin embargo no abandoné mi hogar y me arrinconé en la entrada. Mi pierna estaba ensangrentada y se veía algo blanco, pensé que era el hueso y sentí horror de verme por dentro, mi carne y mis huesos expuestos a las miradas ajenas. Comencé a limpiarme la herida y vencida por el dolor, me acosté y cerré los ojos. Imaginaba que alguien venía para ayudarme, para llevarme donde un médico y darme comida y quizá algo de abrigo, apenas empezaba a vivir y esperaba muchas cosas de la vida, pero mire cómo iniciaba mis primeros años de infancia.
Pasé esa noche, ahora lo recuerdo, como una de las peores de mis días, con frío, hambre y lo peor, lluvia. Lloraba en silencio, pero nadie vino a mí. Días después, una mujer gruesa y llena de bondad se acercó y me reconfortó y lloró al verme en semejante estado. Me habló con cariño y me trajo una sopa caliente, me examinó la pierna y se condolió como nunca nadie, entonces pensé que había llegado un ángel para darle luz a mi tragedia. En la tarde, llegaron dos muchachos con un maletín y me examinaron, me limpiaron la herida, y me inyectaron, grité, pues hasta ese momento no me habían pinchado, pero según le decían a la señora gruesa, esa inyección no permitiría que me infectara y que sanaría muy pronto.
Una mañana, estaba tomado el sol sobre el césped de mi casa - que ya no era mi casa- tenía temblores y estaba muy delgada, el aspecto de mi pierna era espeluznante, lo sabía por la cara que hacían las gentes que pasaban y me veían con lástima, entonces se acercó otra señora y me saludó, yo levanté la mirada y le hice un gesto amable. Otro ángel que se compadeció y dio alivio a mis días de tristeza. Me construyeron una casa, bueno en realidad es un cambuche donde duermo por las noches.
Con el paso de las semanas, mi pierna fue sanando, claro que no pude volver a caminar como antes lo hacía, ahora cojeo un poco, pero igual emprendo la carrera cuando veo que en la distancia vienen esas dos mujeres con alas invisibles y les sonrío, ellas se mueren de la risa y dicen que nunca habían visto a una perra que sonríe, y se encantan por la blancura de mis dientes, les bato la cola y el corazón porque las amo.
Ah!, hace unos días llegó a mi casa un chilingo de cachorro abandonado, tímido y con cara de sufrido, casi lo tumbaba el viento, yo lo acogí y lo adopté y comparto la comida y la noche con ese remedo de perrito.
He subido de peso y estoy eso que llaman volantona, varios perros se han acercado a cortejarme, qué irá a pasar con mis futuros hijos si vivo en la inseguridad de un cambuche a la entrada de lo que un día fuera mi casa, pero sé que todavía quedan por ahí esos seres con alas invisibles.

A Toño Rodríguez.