jueves, 3 de marzo de 2011

La trenza





Al perder el honor, le cortaron el cabello. Recluida en el último torreón de la casona, lejos de las lenguas de las familias honorables y repudiada por su familia, sólo le quedaba el recuerdo de amable y ese retazo de horizonte que enmarcaba la pequeña ventana.

Al pasar los días, notaron cómo su cabellera crecía asombrosamente. Tanto, que le arrastraba por el piso. Como la reclusión era por tiempo largo, decidieron que cada mañana cortarían el cabello a ras, pero sin explicación, en la noche crecía de nuevo.

Cansados con la rutina del corte diario y el continuo afilar de las cuchillas, abandonaron a la muchacha. Los cabellos salieron de la habitación y recorrieron las caballerizas, el prado, los lagos, daban la vuelta a las colinas, servían de techo para las chozas humildes de los campesinos, los mendigos se abrigaban en las noches heladas, los pájaros hacían allí sus nidos y los amantes retozaban sobre ese lecho de pelo mullido. Sólo sus familiares levantaron grandes murallas para aislar la gran casa, pero ese cabello crecía como los bejucos de las selvas tropicales.

La mujer, al sentirse tan desgraciada, llamó a la vieja niñera y le pidió tejiera una enorme trenza con sus cabellos para formar un puente que la uniera con las miradas, las voces, las manos y las historias que en sus largas ensoñaciones presentía.

Efectivamente, trenzado el puente, empezó a llegar una romería de personas para maravillarse ante tal fenómeno. Como a una virgen le llevaban flores, veladoras, las mejores cosechas y hasta hubo varios hombres que se enamoraban de aquella cabellera tan voluptuosa; otros decían que era obra del demonio y para acercarse a ella, llevaban un crucifijo y un collar de ajos colgado al cuello.

Así transcurrió la vida de esta mujer, hasta que una noche la sorprendió la muerte y con ella el final de la cabellera oscura. El cuerpo fue embalsamado y asegurado a un roble para que la trenza continuara de puente colgante.

Desde ese entonces, se le conoce como el puente del honor perdido.

Nana Rodríguez Romero


Del libro La casa ciega y otras ficciones. Editorial Magisterio, 2000

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